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SABADO 28 DE MAYO DE 2005 invitado central: Rafael Courtoisie tema: poesía: química o alquimia |
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El constructor de los jardines colgantes pasa una pésima noche pendulando en el extremo de una cuerda, cabeza abajo, hinchadas las venas de la cara y apretando los dientes, tratando de contener los cordeles de saliva que a pesar del esfuerzo le salen de la boca mal cerrada y se estiran, afinándose porque les cuelga la mole compacta del vacío, profundísima.
La boca segrega esos hilos y de allí pende el centro del mundo, como si el constructor de jardines colgantes mantuviera en su encierro, apretada contra el paladar, la araña de la palabra que no dijo, que no se animó a decir cuando la sentencia hizo de él, entre helechos flotantes, una única parte humana columpiándose.
A punto de derramarse, los ojos en sangre los oídos reventados. Y los huesos que extravían la pulpa, alojada cada vez más en el abismo. Allí madura la fruta dolorida que comienza a pudrirse en sus dulzores, gime por su punto de apoyo inexistente, se propaga como un alma por la cuerda. El mundo es ese tallo sin el cuerpo, flotante de prodigios, amarrado.
Quien una vez soñó, y quiso, y pudo, reniega ahora de tanta maravilla, abjura entre constelaciones de jazmines, colgado de la luna, inconsolable.
Así paga la belleza Babilonia.
Mientras la ciudad, abajo, sigue su viaje sin horas.
He venido a madurar los ojos: que me caigan como frutas al pie de lo que veo. Vengo a no decir nada, a no callar, a contemplarme en los otros, los Seguros. Veo rodar las cabezas de los reyes de baraja, pregunto por sus deudos, que en racimos oscuros hacen el vino soso de acordarse, de patrocinar, de estar más ciertos. La verdad es la forma más cruel de la embriaguez, sus humores desatan la codicia, el chancro.
Ah, los que ya lo saben, los que están ciertos.
Una casa, con sus recios postigos, con todo el peso calcáreo de su sitio, se me disuelve en la punta de la lengua cuando voy a decirlo.
No lo sé.
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